Nicoya, el pueblo más antiguo de este país, su historia no está en los libros y en los archivos, su historia se construye ahora en éste instante en medio de hospitales colapsados por el dengue, en medio de proyectos de carreteras inconclusos, en la miseria de campesin@s sin trabajo, de constructores que no saben que comerán mañana.
La Gran Nicoya, la que fue más grande que las naciones de Costa Rica y Nicaragua juntas, porque se extendía desde Honduras (golfo de fonseca) hasta Quepos, esa Nicoya ancestral que vibra en nuestra sangre, no pertenece a ninguna nación, no está en los límites imaginarios de paralelos y meridianos, ésta habita en el corazón de los que aman éstas tierras y se sienten enamorad@s de ellas.
Los relatos, las historias llevan el sesgo de los bandos y las intenciones de enmarcar algo que a fin de cuentas es imaginario, “lo nacional”, lo verdaderamente grande de éste territorio nunca se anexó a nadie, y palpita entre los cerros y las playas de quienes hemos habitado estos lugares desde hace miles de años.
Nicoya, la verdadera Nicoya es una vibración sónora que huele a barro de ocarina, a bejuco de quijongo y a tortilla amanecida. Es una canción compartida en el solar, es una Cofradía de Chicheme y Chicha para quien quiera sentir la calidez de su gente. Nicoya no tiene que defender a nadie ni reivindicar nada, ella por sí misma vale lo que vale.
Nuestra historia, la de nuestros abuelas y abuelos, no es líneal, ni de efemérides, es cósmica y trasciende fronteras, océanos, ríos y mares. Que la gente siga confundida con sus mapas y sus fechas, la raíz sigue viva, no morirá, los discursos patrioteros algún día desaparecerán, los nacionalismos absurdos también, nuestras abuelas y abuelos seguirán en nuestro corazón, ellos/as son la única razón por la cual seguimos en pie, forjando la verdadera historia, la de nuestras vidas.