Incorreciones | William Aguilar. Pasa algo curioso cuando una persona acomodada se declara en bancarrota, inmediatamente, una marejada de empatía se decanta a su favor y se empieza a aducir toda clase de circunstancias que llevaron al fatídico hecho.
Se habla de la situación del país, del mercado internacional, del valor del colón frente al dólar, de la competitividad nacional, de los costos de operación y de otro importante número de variables.
Entre los círculos íntimos habrá quien critique al empresario, pero en voz baja, casi inaudible. Lo común será que se hable de la gran capacidad y estudios que él o ella tiene. De los grandes riesgos que han caracterizado su trayectoria, de lo valiente que es para los negocios y que, por supuesto, nunca se rinde.
Pero arriesgarse quizás era más fácil para esta persona que para otros menos afortunados. Nació con el lobby hecho desde la cuna y lo reforzó en el colegio y la universidad.
Al tomar decisiones arriesgadas, lo hizo con un colchón grueso que lo respaldaba y aunque las pérdidas fueran “totales” nunca debería de empezar de cero, siempre están la familia y los amigos.
Lo de no rendirse, pues es bueno, si no, ¿por qué se venderían tantos libracos de autoayuda con esa frase como eslogan? Pero la cuestión es que nadie se rinde, o más bien, casi nadie. Conozco cientos de casos de medres solteras para quienes la rendición simplemente no está entre las opciones.
Esto no es “resentimiento”, como se suele llamar a estas analogías. Lo explicaré pronto, espero que me acompañen aún en la lectura.
En los primeros meses de este 2015, varias compañías, de significativo tamaño, cerraron sus operaciones en nuestro país. La gente se abalanzó a despotricar en contra del gobierno, porque eso es lo que pasa cuando los ricos fracasan, es culpa del gobierno, es culpa del sistema, es culpa de otros. Justo la clase de excusas que siempre se ha dicho que esgrimen los pobres, los resentidos.
Pero si el pulpero tiene que cerrar su negocio, si la estilista, si el panadero o cualquier otro pequeño empresario se ve en tal situación, lo más seguro es que todos dirán que por culpa de su ineficiencia y falta de conocimientos administrativos.
No se habla de quiebra para el pequeño empresario, porque esa situación es tan común, tan cotidiana. No hace falta más que ver el “alto riesgo” que significan todas sus inversiones para los bancos.
Esa es la gran diferencia entre uno y otro estrato social, ambos triunfan y fracasan, pero sus logros y errores se ven muy diferente y siempre se verá distinto si “macho Pérez” se va a buscar suerte fuera de Costa Rica o si lo hace “macho Pozuelo”.
El primero seguramente se rindió, no pudo triunfar en un país que le dio todo. El segundo está tomando una oportunidad de crecimiento, ante los atrasos de un país que obstaculiza los negocios.