Marlon Segura
Director escénico, coach y analista no verbal
elcuerpopolitico@gmail.com
Hay quienes dicen que el día de San Valentín no es más que un invento moderno, una forma de incentivar el consumo mediante el intercambio de regalos. Y puede que haya mucho de cierto, pero ¿sabemos realmente qué estamos celebrando?, ¿dónde y cómo nació esta tradición?, ¿qué tipo de objetos se ha regalado a lo largo de la existencia de esta festividad? En lo que concierne a nuestros tiempos, ¿se impuso el amor y la amistad, o se impuso el comercio? La celebración del día del patrono de los enamorados es una oportunidad para conocer más de cerca esta tradición.
¿Quién era Valentín?
Según la tradición, cuando gobernaba el emperador Claudius Aurelius Marcus (268-270 a. C.), conocido como Claudio II, este decidió prohibir el matrimonio a los jóvenes. Él pensaba que los solteros sin familia tendrían menos ataduras y que eso los haría mejores soldados. Pero alguien desafió el mandato, y aquí es donde aparece Valentín, sacerdote de Roma, que, de forma clandestina, unía la vida de muchos, incluyendo la de los soldados. Cuando dicha práctica llegó a oídos del emperador, lo envió a prisión y, más tarde, fue convencido de que lo mejor era decapitarlo.
Estando en la cárcel, en silencio se enamoró de Julia, la hija del carcelero, quien había nacido ciega. El día previo a su ejecución, como despedida, le envió una nota a su enamorada con la firma “De tu Valentín”. Aquel regalo llegó a sus manos y, sin entender el motivo, lo abrió. Entonces ocurrió un milagro: Julia logró ver. Siglos más tarde, algunos verían en la memorable firma una oportunidad en el mercado del consumo. Sin embargo, si aceptamos el milagro en Julia, aquellas palabras que una vez dijo el poeta Virgilio podrían sean ciertas: “Omnia Vincit Amor” (El Amor todo lo puede).
De acuerdo con una de las versiones más difundidas, Valentín fue decapitado el 14 de febrero del año 270. Se cree que Julia plantó un almendro de flores rosadas junto a su tumba y, por esta razón, con los años, el almendro sería considerado símbolo de amor y amistad duradera.
Una tradición “da” paso a otra
Luego de que el cristianismo se convirtiera en la religión del imperio, el Papa Gelasio I (492-496) buscó un contrapeso para una festividad romana que aun prevalecía: La lupercalia (Holleman, A.W. El Papa Gelasio I y La Lupercalia. Editorial Hakkert, 1974). Él la consideraba una celebración sucia e inmoral, digna de ser purificada. Se celebraba cada 15 de febrero e iniciaba en el Palatino, en la gruta donde según la tradición Rómulo y Remo, fundadores de Roma, fueron alimentados por el dios Fauno, quien había tomado forma de loba para amamantarlos y cuidarlos. En este lugar, un sacerdote sacrificaría a un perro y a una cabra en honor a los creadores de la Ciudad Eterna. Luego, de sus pieles se obtendrían varías tiras y se remojarían en su sangre. Seguidamente, los Lupercarles, adolescentes desnudos con látigo en mano, saldrían en procesión para azotar a las jóvenes mujeres en las manos y en la espalda. Estas, con gran gusto, esperaban recibir unos cuantos latigazos ensangrentados, pues, según se creía, les otorgaría fertilidad y purificación.
Un culto va tomando forma
No es posible aseverar quién fue concretamente el creador de la asociación de San Valentín con el amor, o si ya existía alguna tradición al respecto, pero se cree que las costumbres populares asociadas con el Día de San Valentín surgieron en Inglaterra y en Francia durante la Edad Media. Dicha tradición señalaba que el 14 de febrero las aves comienzan a aparearse. Esta referencia la encontramos en el Parlamento de las aves –escrito entre 1381-1383- del poeta inglés Geoffrey Chaucer. (Herbert Thurston aciprensa.com/ Néstor Marqués, antiguaroma.com). Se cree que, en ese entonces, poco a poco se fue intensificando el intercambio de versos y cartas de amor. El dar flores también fue una costumbre, y se cree que muchos novios iban a buscarlas a los campos (Janampa, Reynaldo. Día de San Valentín en la Edad Media).
De calendarizar a dejar sin calendario al santo
El primer día de San Valentín fue celebrado el 14 de febrero de 494, con el objetivo de desestimular el festejo pagano de La Lupercalia. La fiesta del Patrono de los Enamorados fue oficial en la Iglesia católica durante quince siglos, hasta que el Papa Pablo VI (1963-1978), llamado el papa de la “modernidad” (Papa Francisco, matermundi.tv. 6 de agosto de 2018) y en plena Revolución Sexual, acabaría, por parte de la iglesia, con la celebración al santo. La decisión se basó en la supuesta poca información que había sobre la existencia de Valentín. Posteriormente, esta se eliminó del calendario litúrgico (aciprensa.com). Por lo tanto, si usted compara dos calendarios litúrgicos, corroborará que la fecha que ocupaba San Valentín fue concedida a San Cirilo y a San Metodio (Calendario litúrgico, Continental de Belén, 2019). Entre nuestros abuelos, muchos probablemente dirían que al santo lo dejaron “sin sacha y sin calabaza”.
Cuando crece la mercantilización de emociones
Durante la Revolución Industrial, la Reina Victoria de Inglaterra alentó el comercio con el regalo de latas de chocolates a los soldados el día de Navidad y el primer día del año. En San Valentín, se solían obsequiar tarjetas, lo cual se convirtió en algo muy común. Por aquellos tiempos, la gente les ponía su ‘toque’ personal usando lazos, encajes, o semillas. Algunas de las frases que de puño y letra escribían lo fueron: Be mine, To my love, Constant and true (Sé mío, A mi amor, Permanente y verdadero). Según el blog de Altea Morgan, algunos aprovechaban la ocasión para hacer bromas, como colocar un trozo de tela de ropa interior en la tarjeta. En una de estas se escribió: “I think of you with inexpressible delight” – “Pienso en ti con inexpresable placer” (Altea Morgan.es, febrero de 2018).
¡Locos por el chocolate!
En la mitología maya, el dios Kukulkán fue el que ofreció el chocolate a los humanos (kakaw, en lenguaje maya). Todo un acto de solidaridad. Como agradecimiento y honra al dios del cacao, cada abril le celebraban un evento que incluía sacrificios de animales con marcas pintadas de chocolate, ofrendas de cacao e intercambio de presentes (Harwich, Nikita. Historia del Chocolate. Pensodromo, biblioteca de cultura histórica, 2018). Los dioses dieron un dulce regalo a la humanidad y, más tarde, el comercio se puso “al servicio” del sabor y de celebraciones que la mercadotecnia masificaría, como lo es San Valentín. “Se estima que el sector mueve en el mundo cifras cercanas a 100.000 millones de dólares anuales y que la demanda crece alrededor de un 2,5 % por año” (Medina, Ignacio. Diario El País. España: 3 de agosto de 2018).
El amor cuesta. Hoy por hoy, en palabras de Harwich, se podría decir que el chocolate de alguna manera ha conquistado: “En la comparativa con cualquier otro producto alimenticio en cuanto a las pasiones que despierta, el chocolate siempre gana. Sea porque tiene magia, sea porque tiene misterio, sea porque tiene leyenda, sea por sus excelencias sápidas, pocos alimentos hay capaces de provocar la sensualidad, el delirio gustativo, las emociones, y los sentimientos”.
¿El rojo conquista?
¡Diga un color! Haga usted el ejercicio y verá que muchos responderán: rojo, aunque no sea su favorito. Se le asocia con la pasión, el amor, lo prohibido, el peligro, la intensidad y mucho más. La sangre nos parece roja. Y cuando ardemos de cólera o de pena el rojo se dispara. Cuando el día de San Valentín, o día del Amor y la Amistad, se acerca, el rojo explota y se lanza en los ‘gift cards’ (tarjetas de compra), envoltorios de chocolates, jarras, portadas de música, globos, joyeros, lencería, perfumes, joyas, cobijas, calcetines con corazones, flores, peluches y más. ¿Acaso será el color más materialista?
¿San Valentontín?
Era un 13 de febrero. Nos encontrábamos en la autopista que va de Masaya a Managua. De repente, un hombre detuvo su carro y nos preguntó si ocupábamos que nos encaminara. Dijimos que sí. Todos nos sentamos en el cajón. Éramos dos ticos y dos mujeres nicaragüenses. A ellas no les conocíamos. Durante el camino una de ellas no dijo una sola palabra. La otra se llamaba Ligia. Al rato, le pregunté cómo celebraban ellos San Valentín. Recuerdo que me respondió:
“Yo detesto eso de San Valentín. Debería llamarse San Valentontín. Los hombres son unos irresponsables… y no digo que no hay mujeres irresponsables, porque las hay. Te dicen que llegan a la 1:00… que sos lo más bello en la vida… que mi reina aquí y mi reina allá… pero llegan a las 5:00… luego que uno lleva horas esperando. Aaaah, pero si es para sexo, ahí sí te llegan a la 1:00 puntualito puntualito. ¿Para qué celebrar nada si el resto del año te regalan un calvario? A esta (señalando a su hermana con un movimiento de barbilla) se le murió el marido. La vida se la hizo bien difícil… con otras mujeres. Y véala, lo sigue sufriendo. ¿Y el amor propio? Por eso es que no funciona, porque uno no se quiere. Hay que quererse primero. ¿Qué decís vos?”. Esas fueron las palabras de la mujer, yo hice un gesto de sí con la cabeza. Su hermana se quedó en silencio, mientras acaricia a un perro Husky siberiano que tenía sobre los regazos. Ligia también se quedó un momento en silencio, luego le dijo a su hermana: “De verdad que sos bien bruta… en lugar de alegrarse que se murió.”
Las palabras de Ligia dicen muchas cosas. Por un lado, nos ponen a pensar en que un día por si solo es solo eso, un día, y que, por lo tanto, “confinar” al amor en un ‘solo’ día puede ser insatisfactorio. ¿Qué pasaría o cómo se sentirán los que ese día no reciban un regalo y lo esperan? Invita también a recapacitar en que, después de todo, tal vez celebramos cosas que no sabemos, y que las festejamos solo porque los demás lo hacen. Nos dice, además, que el amor propio debería ir primero, pues da a entender que para poder dar, se necesita estar bien, pero no nos habla desde un sentido material, si no que parece hablarnos desde el lugar de la alegría, el afecto y la consideración.
Un secreto griego
San Valentín se convertiría con el tiempo en una celebración un tanto más “espléndida”, pues ya no abrigaría solamente a los amados, sino que también a los amigos. La amistad tiene diferentes grados de compenetración y para muchos, contrario al amor romántico, no ata más allá del compromiso de un afecto recíproco. Puede, incluso, durar más que el amor. Una forma muy particular de dar, de valorar y de relacionarse con otros ha estado presente en la cultura griega desde tiempos antiguos.
Para un sinnúmero de griegos, Φιλότιμο, philotimo (pronunciado filótimo) es la palabra más bella de su idioma. Término complejo de traducir, es el espíritu griego de hacer lo que se considera correcto, lo que es honroso. Es sacrificarse por los demás, ser leal ante todas las cosas. Implica tener un gran sentido de desprendimiento. Philotimo es una constelación de virtudes, donde a la vanguardia van el amor y el honor. Se podría considerar una filosofía de vida.
El regalo de enseñar
Kariá, isla de Lefkada, Grecia. Érase una vez una niña llamada María Koutshohero. La pequeña nació en una villa de campesinos y pastores entre los años 1860-1865. Durante su infancia, un día subió a un árbol, pero luego cayó de este. La herida fue tal que los médicos de aquella época optaron por amputarle el brazo derecho. Se dice que vivía con un sentimiento de ‘inutilidad’, pero lo inesperado llegó. Una mañana vio un brillo majestuoso en el cielo. En sus adentros, sintió un llamado a usar su mano izquierda. Luego buscó tela, aguja e hilo. Asombrando a un pueblo, de su única mano brotaría entonces la poesía que en el campo abundaba: pájaros, flores, hojas. Nació así lo que luego se llamaría la ‘puntada Karsaniki’. María dedicó su vida a enseñar a las mujeres del pueblo a bordar, una actividad que sirvió para crear lazos entre ellas, fuentes de ingresos y hasta un tipo de terapia, como lo fue durante los años de la Segunda Guerra Mundial e, incluso, hoy en día para quienes viven solos por diversos motivos. El don que María recibió, probablemente lo interpretó como un obsequio divino, y como la enseñanza en sí misma es un regalo, fue lo mejor que pudo dar a un pueblo y dejar como legado a una nación. (Entrevista a Theodoris Katopodis, Museo de Kariá, en Lefkada Grecia, 2018).
De María surgió una generación de maestras que enseñarían a otras niñas, como fue el caso de Evangelía Katopodis. Ella tiene más de 65 años de bordar. Una tarde, mientras bordaba en el corredor de su casa, se acercó un extraño con su cámara y le preguntó qué hacía. Evangelía le invitó a pasar y le mostró cómo iba tomando forma su trabajo. Asombrado por el detalle que veía sobre la tela aquel hombre le escuchó por varias horas. Estaba ante alguien fascinante. La amable mujer luego se fue a la cocina y trajo el café en bandeja con un hermoso bordado. Este podía tener más de 50 años. Acabado el café, ella le preguntó: ¡¿Lo quiere?! Él respondió: “Es demasiado bello, con tantos años y con el trabajo que le llevó hacerlo debe ser muy valioso para usted. No podría aceptarlo.” Y tomó el Kéndima en sus manos – bordado de extraordinaria belleza- y le dijo que lo aceptara, que era un regalo, que de todas maneras ella un día moriría. Aquellas palabras tuvieron un poder impresionante de humildad y altruismo. Al día siguiente, el hombre le comentó a una maestra del pueblo sobre aquel inesperado y único regalo que había recibido. Ella le respondió: “¿recuerda la palabra de la que hablamos el otro día? Lo que usted vivió con Evangelia, eso es Filótimo.”
Amor en las alturas
No conocen de santos patronos de los enamorados, pero surcan los cielos emparejados. Adornan los árboles con majestuosidad. Y son reconocibles por la fuerza de su potente canto. Para los mayas, su plumaje representaba los rayos del sol. Son las Lapas Rojas (Ara macao), también llamadas ‘guaras rojas’ (Sandoval, Luis*). Cuando llega el momento de seducir, el macho hace reverencia, dirige sus alas al suelo, danza separando sus patas, y camina lentamente. Para los humanos, la danza del cortejo puede resultar algo más complicado. De la conquista y el apareamiento, vendrán los polluelos. Requerirán cuido y alimento. La abnegada pareja velará por los pichones (Skutch, Alexander**). Reproducirse y partir cada cual por su lado, no parece ser la norma entre las lapas rojas.
Estas aves de frondoso plumaje multicolor, donde un rojo intenso les engalana cabeza, pecho y manto, aparte de su belleza, y de su alta expectativa de vida – 50 años si viven en su hábitat natural- tienen la particularidad de ser monógamas, aunque algunas pueden cambiar de compañero luego de varias temporadas (Janzen, Daniel/ Murillo, Ricardo***). El alimento también lo comparten, llevándolo uno al pico del otro, sin hacer ruido. Una forma de demostrarse ternura es a través de las caricias que se intercambian frotando su pico. Estos loros, gigantes y bulliciosos, tal vez saben que el lenguaje del amor sienta bien cuando es silencioso, y pueda que, a más de uno dejen asombrado.
¡Adiós Valentín!
San Valentín tuvo sus orígenes en una práctica romana que muchos desconocen. Luego fue evolucionando de un culto de inspiración y de regalos simples, hasta llegar a tener marcados fines comerciales, convirtiéndose en una oportunidad para que diversas empresas logren resultados extraordinarios en sus estrategias de marketing. No es, por lo tanto, un invento moderno, aunque podríamos afirmar que en el 14 de febrero, quien se impone actualmente es el comercio. Estaría en cada quien decidir el ir ‘con’ o ‘contracorriente’, pero, al menos, es importante saber qué se celebra y el porqué.
El gesto de María Koutshohero y de Evangelía Katopodis, como vivencias, demuestran que el desprendimiento genuino no conoce de santos ni de fechas. Las lapas rojas y muchas otras especies tienen su particular manera de enamorar, evidenciando que el amor tiene muchas formas. El testimonio de Ligia puede ser útil, pues pone sobre el tapete la idea de que el amor propio es primordial.
Para quienes crean que hay un festejo o un ansiado momento de cercanía, pero sin desesperarse por si el otro cumplirá, las palabras de Julio Cortázar podrían contener un bálsamo de esperanza y una dosis de realidad: “Existe una cita, aún sin hora ni fecha, para encontrarnos, yo ahí estaré puntual, no sé si tú.”
*Sobre el autor del artículo:
Marlon Segura. Egresado en Teatro y Cine con énfasis en Ciencias Políticas—Universidad de Costa Rica-Universidad de Kansas. Master en Educación Internacional, Universidad de Massachusetts. Estudios de análisis de movimiento, Ecole Internationale de Théâtre Jacques Lecoq, París. elcuerpopolitico@gmail.com
Edición: Margarita Chaves, filóloga, Universidad de Costa Rica, Elvis Martínez,
Reconocimientos:
Diego Fallas, politólogo, Universidad de Costa Rica.
Jonathan Ramírez, Psicólogo, Universidad de Costa Rica.
Kenneth Hernández, estudiante de la maestría en estudios teológicos, Universidad Bíblica Latinoamericana-Universidad Nacional.
Bibliografía consultada:
Albaladejo Vivero, Manuel. Vida y costumbres en la antigüedad. España: Edimat libros, 2006.
Bauman, Zigmunt. Vida de consumo. Foro de Cultura Económica, 2008.
Laboa Gallejo, Juan María. Historia de los Papas. Madrid: La esfera de los Libros, 2016.
Marshal, Dorothy. The Life and Times of Victoria. New York: Welcome Rain, 1972.
Segmento sobre Lapas Rojas:
*Luis Sandoval. Biólogo, Universidad de Costa Rica.
**Skutch, Alexander F. and F. Gary Stiles. A Guide to the Birds of Costa Rica. Utica: Cornell University Press, 1989.
Stiles, F. G. in: Janzen, Daniel H. Costa Rican Natural History. Chicago: University of Chicago Press, 1983.
***Luis Ricardo Murillo Hiller, Escuela de Biología, Universidad de Costa Rica.