Privatizar o no privatizar, un dilema en medio de la confusión económica mundial

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Por un lado como la “satánización” de las “virtudes” de las empresas públicas o como una “deificación” de los “vicios” de las instituciones. No quiero que usted, lector o lectora, crea que me inclino por una u otra, no lo hago por dos razones, soy muy viejo para cambiar y por otro lado me temo que esto sobrepasa mi propia opinión por mucho.

Lo que quiero es exponer lo que hay de frente, en cierto sentido y no con poses seudo mesiánicas, los dados ruedan hace muchísimo tiempo en el mantel de la historia, antes, mucho antes de que comenzáramos a hablar con certidumbre del inconcluso “El ladrillo” en referencia al friedmanismo y los Chicago boys, ya se había planeado terminar con el fenómeno periódico de la inflación, achacada por muchos a los endeudamientos crónicos de los gobiernos errada o no, era la génesis del libre mercado).

Si Reagan y Tatcher fueron los propulsores de esta nueva metodología de la economía mundial, no fueron sus creadores, no, sus verdaderos creadores fueron los grandes bancos cansados de condonar deudas a los países por mala administración de capitales, ya se veía claramente en la post guerra y por esa razón se comenzó a barajar la idea de la tercera vía, que vio la luz en la city londinense allá terminando la década de los cuarenta y comenzando la década de los cincuenta, buscaba paliar la futura polarización de la economía y de la sociedad.

No tuvo eco entre los políticos ni en la sociedad, pero la polarización continúa hasta nuestros días, es inevitable, aunque la sociedad de consumo en que hemos devenido no está para polarizaciones, sino para la búsqueda colegiada de soluciones. La privatización nos importa a todos, de una u otra manera estaremos en un mundo radicalmente desconocido para la mayoría, tan sólo diez años atrás, llega inexorablemente y aunque con una gran dosis de amargura, parece ser la única opción.

Es como aquellos jarabes para la amigdalitis de cincuenta años atrás, su sabor era amargo pero era la curación, y por eso los bebíamos.

Me pongo a escuchar a los políticos y a los dirigentes sindicales ofreciendo el oro y el moro, siendo ellos conocedores de esta amarga realidad que vivimos y que cual gigantesco nudo gordiano, nadie atina a desenredar.

Hemos visto como el gobierno actual (al que no pretendo defender ni atacar), ha ido financiando el gasto público con endeudamiento de préstamos carísimos, que sólo aceleran la inflación y dañan al ya sobre valuado Colón. Todo esto tendrá, guste o no, un desenlace duro más pronto de lo que creemos, y nos llevará a aceptar la privatización como una medicina paliativa.

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