Esa sensación nocturna mía que me molestaba al principio del sueño, desapareció con los meses mediante la lectura y la escritura, me imagino que el permanente contacto con esa realidad hizo que lograra incorporar ese sentimiento en mi escena mental, desapareció.
Bueno, ¿A qué viene esa larga explicación?,se preguntará el lector que haya tolerado el tedio de leer hasta aquí. Lo que busco es explicar esa extraña sensación que estamos atravesando los costarricenses en estos últimos meses, donde la prensa nos habla casi a diario de disparates gubernamentales, y por sí eso no bastara, tenemos un gigantesco “arroz con mango” en las vastas y diversas filas opositoras.No bastando eso, tenemos noticias nada halagadoras internacionales donde otros pueblos en otras latitudes se debaten en similares conflictos.
La foto de portada de la revista “The economist” de esta semana última de junio, muestra los movimientos cruciales de la humanidad como son Europa 1848, París 1968 (Tlatelolco verano del 68 y la rebelión hippie de los sesenta) Europa 1989 y ahora en todo el mundo. La foto en sí misma tiene una enorme capacidad de explicar como el mundo a venido buscando derroteros mediante las protestas, hay una enorme decepción hacia la manera en que los políticos y los grandes organismos económicos mundiales manejan todo, que deja poco espacio a la resignación. Hay tal disgusto en las mayorías que yo sinceramente tendría temor de ser una figura pública, hacia las cuales se está canalizando de manera persistente un odio increíble, si uno escucha en las calles, en los buses, en las filas de las instituciones, ese clamor parece crecer de forma exponencial, dejando como único blanco de la ira a la clase política como un todo. Este fenómeno no es exclusivo de Costa Rica, aunque es aquí donde se nota más fuerte: es como un sismo largo que se va incrementando.
A mí me parece algo similar a lo que narran algunos historiadores de la era pre guerra civil de España, una desesperanza, una desconfianza, una aversión hacia la clase dirigente, que forma una “delusion” perfecta: el ciudadano siente que lo sacaron del país por la fuerza y lo han metido en otro que no es el suyo. ¿Seremos capaces de reaccionar a tiempo? ¿Aparecerá el líder capaz de devolver la esperanza a un pueblo que siente que todo se cierra a su alrededor? ¿O tendremos que sufrir más locuras para despertar ese gigante interior que todos llevamos dentro? De ser así, ¿estaremos en capacidad de dominarlo una vez liberado? Delusions, just delusions?
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