Entre el miedo y el oportunismo: el secuestro de la democracia por el populismo conservador

1
17378

Por Leonardo Garnier Rímolo

Estoy enojado y así, escribo esto. Al igual que otros países de América Latina, Costa Rica está sufriendo el embate de grupos conservadores fundamentalistas que buscan incidir en nuestra vida política, elevando sus propias creencias al rango de ley y de decisiones políticas que no solo los afectan a ellos, sino a toda la ciudadanía. Ya en el pasado tuvieron un triste impacto en nuestro país prohibiendo la fertilización in vitro por más de quince años, e impidiendo que muchas parejas que lo deseaban pudieran tener hijos.

Hoy pretenden frenar los avances que hemos logrado en términos de una educación responsable para la sexualidad y la afectividad, buscan revertir los avances del feminismo y la igualdad de derechos para la mujer, y se oponen a la igualdad de derechos para todas las personas, incluyendo las poblaciones sexualmente diversas.

“(…) lo que estos sectores fundamentalistas buscan es provocar miedo en la sociedad para conseguir apoyo a sus verdaderos objetivos: oponerse a la educación sexual, al disfrute responsable de la sexualidad y a la igualdad de derechos de todas las personas”.

Su estrategia ha sido inventarse un término – ideología de género – y atemorizar a la gente repitiendo los mismos eslóganes y las mismas falsedades que circulan en otros países de América Latina. Así, afirman que esa supuesta ideología de género “es un movimiento mundial que promueve la masturbación, las relaciones del mismo género y el matrimonio homosexual y quiere hacer creer que un niño no nace hombre o mujer de forma natural, sino que eso es una imposición de la sociedad”.

Pero en realidad, lo que estos sectores fundamentalistas buscan es provocar miedo en la sociedad para conseguir apoyo a sus verdaderos objetivos: oponerse a la educación sexual, al disfrute responsable de la sexualidad y a la igualdad de derechos de todas las personas.

Es por eso que, como liberacionista, me resulta inaceptable la posición de populismo conservador asumida por don Antonio Álvarez Desanti, al asumir como propia esta campaña contra la mal llamada “ideología de género”. Álvarez puede estar a favor o en contra del aborto, a favor o en contra del matrimonio igualitario. En eso podemos discrepar igual que podemos coincidir en otros temas. Pero es completamente otra cosa que, siendo candidato de un partido socialdemócrata y costarricense, haga suyo el discurso fundamentalista sobre “ideología de género” que recorre América latina, con las tristes consecuencias que él sabe que eso tiene para el país.

Al montarse sobre ese discurso, Álvarez o bien muestra ignorancia sobre el tema o, peor aún, evidencia un deseo oportunista de sacar provecho electoral del apoyo de esos grupos fundamentalistas. En cualquier caso, su posición me resulta vergonzosa en alguien que aspira a ser presidente de todos los costarricenses. Al asumir como propias estas posiciones, Álvarez valida un discurso oscurantista y una política que, en esencia, atenta contra nuestro tradicional respeto a la libertad y la igualdad de derechos de todas las personas.

Lo más grave es que no se trata solamente de Álvarez Desanti. En las últimas semanas hemos visto cómo, en busca del favor electoral, estas posiciones afines al fanatismo de ciertos sectores religiosos se vienen abriendo espacio en casi todos nuestros partidos políticos.

La democracia está siendo capturada, y entiendo el sentir de muchas personas que claman por algo de sentido común y no saben hacia dónde tomar.

El riesgo para la democracia costarricense es tan claro hoy, como cuando nuestros liberales del siglo XIX promovieron una clara separación entre la religión y la política. Las lecciones de la historia son claras: cuando la religión y la política se juntan, las dos pierden. Ni la política debe significar una amenaza para el libre ejercicio de la religiosidad de cada persona, ni la fe religiosa de algunos debe pretender convertirse en norma política que obligue a todos, a los que profesan y a los que no profesan esa fe. Cuando el poder político y el poder religioso se mezclan, el poder político se dogmatiza y el poder religioso se fanatiza. Juntos, se tornan totalitarios e irracionales.

El papel de los líderes es liderar, no ponerse detrás de los miedos con que se incita a la población. El papel de los estadistas es educar, no azuzar a la población buscando el apoyo fácil que surge de ese miedo. Los dirigentes políticos que se arropan del populismo conservador y tratan de aprovechar este miedo para obtener réditos electorales de corto plazo, le hacen un flaco servicio a la democracia y ponen en peligro la igualdad de derechos de todas las personas.

Costa Rica merece un liderazgo político más responsable y, sobre todo, más valiente. ¿Será tanto pedir?

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí