Por Jesús Bedoya Ureña*
Arthur Sullivan, diplomático estadounidense y agregado cultural de la embajada de Estados Unidos en Costa Rica, aparece asesinado una noche cualquiera en un hotel de montaña en San Antonio de Escazú. La principal sospechosa es la mujer que estuvo con él esa noche; sólo una persona la alcanzó a ver: el guarda del lugar.
Javier Brenes, agente de investigación del OIJ acude al lugar junto a Mauro Pacheco, estudiante universitario de bellas artes que cubre el puesto del dibujante titular de este organismo. Mauro realiza un retrato hablado de la mujer, que finalmente viene a funcionar como el desencadenante de una obsesión: el muchacho se involucra de lleno dentro de la investigación judicial, al lado de la periodista del Diario El Reflector, Jacqueline Aguilar; esta pareja, irá develando y lidiando, a través de toda la narración, las múltiples redes de delincuencia de «cuello blanco» y las operaciones de las élites de poder en la «periferia» centroamericana.
En Elefantes de Grafito el crimen es sólo punto de partida para desarrollar una serie de polémicas contemporáneas: el tráfico de armas, el turismo sexual, el narcotráfico, los crímenes políticos, las amenazas –llevadas a sus últimas consecuencias– hacia la libertad de prensa. Estos, y tantos otros problemas, discurren interrelacionados, como subtemas de la narrativa general.
La forma en la que estas problemáticas son tratadas, asimismo el énfasis no limitado ni circunscrito hacia un crimen aislado, sino hacia su dinámica estructural, permiten cuestionar la imagen generalizada de la Costa Rica idílica, impoluta y paradisiaca. No solo el crimen se trae abajo esa «cortina blanca», sino también la forma en la que se desempeñan las entidades gubernamentales, así como las formas de la vida cotidiana, donde todas las relaciones se desarrollan a través de vínculos o lazos interpersonales débiles o ausentes.
La novela, tiene el valor de traer a colación temas acuciantes tanto en el ámbito macro –las formas en las que opera las relaciones internacionales del «mercado global» a través de las élites del poder– como en el aspecto micro –la interrogante hacia nuestra institucionalidad política y el ideario de excepcionalidad, paz y democracia–.
Warren Ulloa-Argüello recupera entonces, esa ya larga tradición de la literatura cuestionadora, donde el estilo directo y franco, se vincula con la confrontación temática; intención creativa que puede rastrearse en movimientos y corrientes literarias como «McOndo» o «la literatura de la onda», o bien a través de autores como el colombiano Fernando Vallejo o el mexicano Paco Ignacio Taibo II.
La nueva novela de Warren Ulloa-Argüello, propone ser comentada y discutida: tanto porque cuenta con méritos literarios, así también porque abre signos de interrogación y confronta ese ideario costarricense que se nos ofrece cada vez más débil. Partiendo de allí, ojalá que el público lector, se acerque a este libro no a través del morbo o del interés lascivo de encontrar una secuela de Bajo la lluvia Dios no existe –entrar de esa forma sería una simplificación excesiva–, además que no le haría justicia a una obra que evidencia un trabajo creativo más juicioso y maduro que el de anteriores títulos del autor.
*jesusbedoyau@gmail.com