Discurso de Raquel Jiménez, la niña que enojó a la Presidenta

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Si señores. En ese Guanacaste de ayer podíamos pasar libremente por los potreros sin importar quienes eran sus propietarios. Deleitarse con ricas frutas como guayabas, nances, anonas, torretas, naranjas, mangos y sabrosos zapotes.

Eran de admirar los frondosos arboles maderables propios de la zona, entre los cuales se destacaban el espavel, el Guanacaste, el pochote, el roble sabana, el cenízaro,…

Las calles eran de lastre pero como había tanta vegetación y montaña la mayoría de las vías de comunicación eran senderos pequeños y angostos trillos por las cuales circulaban las carretas con sus bueyes y el transporte típico de esa época como el caballo y la mula

Los espesos bosques eran el habite de diversidad. Había venados en cantidad, mapaches, saínos, lapas, monos, conejos, diferentes especies de palomas y de garrobos.

Lo interesante era que a pesar de que muchas de estas especies de aves y animales eran tentación para los cazadores, no se abusaba de ellos, solo se cazaba lo necesario para ayudarse con la alimentación de la familia

Los pobladores del Guanacaste de ayer tenían su vocación por el cultivo. Desde buena mañana agarraban su machete, su lima, su pala, calabaza y su burra de comida para dirigirse a la parcela a sembrar.

Se practicaba una economía familiar de sembrar para su propia subsistencia. En aquellos tiempos no había el temor del robo o el asalto. Las casas recibían los primeros rayos del sol y el canto del gallo con las puertas abiertas de par en par. Hombres y mujeres vivían en armonía con todo lo que Dios les había dado, apegados a sus valores y principios, al trabajo, al amor de su familia y al derecho.

Estimado público que me escucha, hoy este Guanacaste echa de menos a sus habitantes sencillos, amistosos, francos al hablar y respetuosos de entregar su palabra, porque la palabra era honra sagrada.

No sería justo concluir este discurso sin hacer referencia al sabanero del ayer, el personaje por excelencia, la figura representativa de Guanacaste, hombre típico de las llanuras, que se destacaba por sus gritos, sus dichos, refranes y retahílas. Hombre alegre desde que el día despertaba hasta morir la noche, con largos silbidos dejando su rastro cuando arreaba el ganado por los potreros.

Público presente, a diferencia de ayer hoy tenemos un Guanacaste desgastado, casi sin bosque natural, ríos secos, potreros hechos desierto, tierra con muy poca agricultura; pues la mayoría está en manos de unos pocos inversionistas extranjeros.

Es difícil escuchar el grito alegre del sabanero. Las calles pavimentadas, edificios de cemento con grandes rótulos que dicen “Prohibida la entrada a particulares”. No tenemos permiso de transitar libremente por aquellos terrenos que fueron de libre paz.

Hoy somos extraños en nuestra propia tierra.

Muchas Gracias.

Raquel Jiménez

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