Por Rogelio Arce.
Diecinueve años después, un hombre conocido como Terence Valentine, costarricense de sesenta y cuatro años de edad, continúa esperando en una cárcel, un desenlace entre la muerte y la cárcel: con todo ese tiempo en una espera angustiante y angustiosa, no ha muerto físicamente pero ha muerto de miedo siete mil veces, siete mil amaneceres. Somos un país pequeño, pero con la suerte de que hace más de ciento veinte años, un general nuestro en Alajuela dijera en determinado momento: “la vida humana es inviolable” y eliminó de cuajo la pena capital.
No voy a meterme en elucubraciones sobre si es culpable o inocente del acto que se le acusa, no tengo ni experiencia ni los detalles de la sumaria. Lo que planteo aquí es si tiene sentido la pena de muerte, si esa odiosa ley del Talión tiene de verdad razón de ser, si quitar una vida merece la pena como plan de justicia o es mejor la cárcel perpetua. No hay datos que demuestren que donde existe pena de muerte haya menos asesinatos, o como lo esperaría quien legisla, se terminan los crímenes y después de ahí sólo quedan quienes no se atreven a cometer ese tipo de actos. No, definitivamente no, la criminalidad con castigos letales se convierte en una criminalidad más violenta, el delincuente habitual que sabe que si lo arrestan será ejecutado, tiende a ser mucho más violento y a provocar muchos más daños antes de caer en manos de la justicia.
Terence tuvo la suerte de nacer en un país sin pena de muerte, pero tuvo la desdicha de vivir en un estado que no respeta la vida humana: Florida, debió haber nacido trescientos años antes, hubiera estado en territorio español, pero le correspondió una época diferente y ese hecho simple marca la diferencia entre vivir o morir.
Hoy, a diecinueve años de distancia, no parece haber esperanza para un hombre llamado Terence, salvo que el gobierno de la República de Costa Rica decidiera pedir clemencia y una conmutación de la pena de muerte por cadena perpetua. ¿Por qué escribo esto? Por dos razones, una sencilla y otra compleja, la primera porque creo en la misericordia (mercy para los de la Florida) y la segunda porque yo podría ser Terence Valentine, sólo me hubiera hecho falta haber estado en el lugar de los hechos que llevaron a Terence a ser condenado a muerte, perfectamente yo pude haber sido él o cualquiera de los cinco millones de paisanos suyos pudo serlo.
En este momento todos somos Terence Valentine, hipotéticamente hablando, y por eso escribo este artículo hoy, porque tengo la suerte de no haber sido él. Ha muerto siete mil veces esperando morir, horror de horrores, el refinamiento de la crueldad llevado al máximo. No pido que se le indulte, ni que cumpla su condena en Costa Rica, no, sólo que la señora Presidente Chinchilla le pida al señor presidente Obama la conmutación de pena capital por prisión perpetua. Posiblemente doña Laura nunca lea esto, pero…, si lo hace tendrá responsabilidad sobre solicitar o no clemencia por Terence Valentine.
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“Terence tuvo la suerte de nacer en un país sin pena de muerte, pero tuvo la desdicha de vivir en un estado que no respeta la vida humana”
Es en serio? Acaso el respetó la vida de su víctima? Mató a una persona e intentó matar a otra en varias ocasiones. Se pasó su vida abusando, amenazando y torturando! La mujer estaba embarazada cuando la golpeó y trató de matarla! Y aún después siguió amenazándola. Se merece eso y más. Lástima que lo han dejado vivo todo este tiempo y que se ha gastado dinero de nuestros impuestos manteniendo a esta lacra.