Geovanny Jiménez S. (Todo es puerta). Un barco con emigrantes libios se desbordaba en el Mediterráneo, mientras Europa miraba para otro lado como se mira cuando la gente pasa al lado de un indigente en una calle cualquiera.
Brotan ahogados que flotan en el mar, humillando el cerebro y el orgullo de la Europa con siglos de conquista y opresión, pero más aún destrozando el corazón del mundo.
El arte empieza a brotar también del mar de la indignación. Vemos volando en la redes el escudo de la Unión Europea formado con cuerpos de cadáveres sobre el mar, pero unos días después una sola imagen pone en llanto a miles de personas alrededor del mundo. Se trata de un niño de unos 3 años boca abajo, muerto, tirado en una playa de Turquía.
La imagen del niño, por su trágica ternura, por su pose ingenua, muestra a un mundo sin corazón. Ya lo dijo en su canción Facundo Cabral:
“Niño no crezca más, los grandes al mundo le hacen mucho mal”.
Y todos los padres y madres han pensado que ese niño boca abajo, indefenso porque los grandes del mundo no lo defendieron, podría ser el hijo suyo.
El mundo se conmueve y en millones de “likes” muestra su molestia torpe y cobarde, su molestia encerrada en un cuarto detrás de una pantalla. Pero al menos se conmueve, al menos tiene el corazón destrozado.
Y es que los niños son los protagonistas del oprobio: otro que sobrevive le dice al mundo algo muy claro:
“No queremos ir a Europa, queremos que terminen la guerra”.
En algunos “países desarrollados” algunos empresarios del armamentismo se frotan las manos haciendo como hace Europa: viendo para otro lado. Sus razones son vastas: la economía debe seguir, así funciona el sistema, es cosa del mercado, no es culpa de ellos que esos pueblos “incivilizados” se maten, si no lo hacen ellos habrá otros fabricantes… ¡Cómo les falta dignidad propia para entender que la vida no es una carrera por acumular números! Los grandes del mundo son cada vez más estúpidos.
Esos hombres que se alimentan de números, de finanzas y cosas materiales, que tienen gula de sumatorias, dominan los hilos de la vergüenza mundial, pero esa palabra no les dice nada: porque no la conocen. Tampoco la palabra corazón, ni la palabra solidaridad, ni la palabra Humanidad.
Para ellos es la imagen del niño tirado boca abajo en la playa de Turquía, aunque irónicamente nos detroce el corazón a todos los demás. Y uno espera que en algún espacio haya una mano que levante al niño, que lo meza y lo acune para que se duerma contento, aunque en alguna parte del mundo haya un infeliz soberbio que esté diciendo que ese niño mejor murió porque al menos tuvo sus minutos de fama, porque vivo habría crecido siendo un pobre diablo…
Porque así está el mundo, podrido por dentro, desde que consideramos que la vida es un momento de fama, una vida de fama, una colección de orgullos de gloria, y no muchos años de dignidad y servicio. La vida se sigue midiendo como una moneda de cambio y no podemos decirlo de otra manera, porque así es.
Avaaz tiene una campaña donde usa la imagen.
A continuación la canción de Facundo Cabral: