Yo hubiera escrito (publicado) muchos cuentos, novelas y poemas, pero padecí de un mal crónico: la falta de disciplina, y es que si para leer hay que tener cierta disciplina, para escribir es una condición indispensable, que sólo se adquiere con tesón, paciencia, sentido de responsabilidad y compromiso.
Tuve una experiencia cercana a la de ser escritor cuando participé en un concurso de novela corta allá por 1984, escribí como lo hice siempre, dejando fluir mis sentimientos a través de la punta de la pluma fuente, en borbollones fui llenando hoja tras hoja, sin detenerme porque ese es mi sentido personal de la escritura: eructar los pensamientos cual volcán enfurecido, llenarndo las hojas de sentimientos.
Cuando estuvo lista, no tenía el tiempo adecuado para mecanografiarla, además, nunca fui un buen mecanógrafo, no aprendí a teclear sin ver: soy producto del manguillo y del tintero; aunado a esa tragedia personal, se me presentó un viaje que no podía posponer y el cierre del certamen era para un mes después, ante esto una hermana me consiguió un mecanógrafo hábil que habría de plasmar a través de la máquina lo que yo había plasmado a través de la pluma. Dejé el rollo de hojas numeradas en un cartapacio, y me fui al viaje con mi familia.
Regresé tres semanas después, el trabajo estaba hecho en tres folios, muy bien presentado, apenas para llevarlo a la editorial del concurso; como estaba a un día de cierre, no lo leí.
Pasaron muchos días, yo angustiado, me movía el protagonismo, el egocentrismo, me imaginaba estarme convirtiendo en un Gunter Grass, un Steinbeck, un Proust, demoraba mucho la respuesta del jurado.
Al fin fui llamado a la oficina donde se me entregaron las tres copias, una de ellas con notas de dos escritoras costarricenses que elogiaban la obra y me instaban a seguir escribiendo, el concurso se declaró desierto. Me fui a mi casa, desempaqué una copia y me puse a leerla, quedé atónito, el mecanógrafo al no entender algunas palabras y hasta frases, improvisaba, había más errores ortográficos que los que yo había dejado, en fin un desastre.
La guardé en una maleta y veintinueve años después no la he vuelto a leer, lo único que me hizo sentir bien fueron las palabras de las dos escritoras en lápiz.
Nada se perdió la humanidad, ni yo mismo, creo que evité una tala inmerecida de árboles con esa indisciplina mía para escribir y confiarle algo tan personal a otra persona.
He escrito algunos cuentos y poemas, incluso un poemario atípico, pero no me volví a interesar por escribir, mi peor defecto fue la falta de disciplina para escribir, le recomiendo a quien quiera escribir una novela que lo haga como cuando uno se está muriendo, de poco a poco y revisando, lea “La orgía perpetua” un ensayo de Vargas Llosa y “El escritor y sus fantasmas” de Ernesto Sábato.