Por Bernardo Montes de Oca*
Queda algo dentro de la violencia.
Las noticias de un asesinato ya no trascienden, exceptuando un pequeño grupo de personas, allegados a la persona o impactadas directamente.
La muerte de un motociclista causa cierta viralidad por escasos minutos para luego convertirse en “otro pichazo más”.
Una famosa desnuda llena las portadas de los FB mientras viene otra.
Nos acostumbramos. La violencia se convierte en lo mismo, exactamente lo mismo, que el aire acondicionado, las presas, el fútbol. Lo mismo.
Pero llega un sátiro grabándole las nalgas a una muchacha para satisfacer algún fetiche extraño (extrañísimo en mi opinión), se vuelve noticia hasta en otros países. Eso es bueno, por tan extraño que suene.
Luego, al denunciante, al valiente que se enfrenta al sátiro, lo apuñalan. La gente se alarma, en cuestión de minutos esto se viraliza. De nuevo, es buena esta propagación.
Y hay que seguir esparciendo estas realidades. De estas, que parece que todos hemos procesado y “generado anticuerpos”, podemos sacar una chispa para que la gente cambie.
Es difícil, ¡claro! El miedo que nos da hablar de este tema ahora se ha multiplicado. ¡Si lo apuñalaron!
Pero en vez de hablar a gritos, se puede bisbisear al que está a la par.
Este tema se hablará en incontables mesas durante el almuerzo. Son momentos ideales, planteamos: ¿y si es alguna amiga, familiar, madre o hija a la que graban? Luego pasa a ser un premio en el Whatsapp. Muchos dirán (y lo he visto): ¿para qué anda en ese vestido?
Ahí, una vez que uno logra calmar los ánimos, se contesta.
Todos tenemos derecho a vernos como queramos y caminar con las calles sintiendo seguridad. No es cuestión de si el vestido de ella le marca el culo o le escota las tetas. No es eso.
Es andar en paz.
Hablemos con las compañeras de trabajo, ¿alguna vez te has ofendido? ¿Cuántas veces al día te dicen algo? ¿Aquí decimos algo que incomoda?
Habrá respuestas que sorprenden. Una compañera de trabajo contó 8 pseudopiropos del Hospital de Niños a la oficina, escasos 700 metros.
Lo irónico es que ningún hombre heterosexual, blanco (o blanquezco, el “blanco” tico) sabrá lo que es eso.
Entonces tratemos de comprenderlo, escuchemos, hablemos. Porque al fin y al cabo, somos nosotros los que lo instigamos.
Por eso Gerardo es un valiente de 22 años, que ahora lucha por su vida. Dos lesiones, una al parecer superficial, y otra una perforación de un pulmón, le ponen en juego su supervivencia. Todo por enfrentarse a algo con lo que no estaba de acuerdo. Todo por enfrentarse a un problema estructural del cual él mismo formaba parte.
¿Y si todos nos convertimos en Gerardo?
Si algo queda de esta violencia que vivimos, que sea que todavía podemos reaccionar ante ella.
*El autor es ingeniero mecánico y estudiante de periodismo, autor del blog machinaverborum